Post by ely on Apr 4, 2006 20:26:30 GMT -5
Rating: Adolescentes.
Resumen: Un pequeño vistazo a la embrollada mente de una adolescente no muy común y menos aún corriente... Lean y juzguen por ustedes mismos.
Nota: Este es mi primer escrito original, lo hice para un concurso y en cierto modo gane... Espero que les guste tanto como a mi y que me dejen una critica sobre que les parecio. ¡Hasta pronto!
-¡Okey! Si no te gusta está bien, pero no tenías por qué decirlo así, –dijo una chica de unos quince o dieciséis años ácidamente, miró a su amiga y en menos de un segundo recogió su mochila del suelo, donde la había tirado horas antes sin preocuparse siquiera por el buen estado de su contenido, se la echó al hombro y salió caminando del local con gesto decidido y un claro malhumor en el rostro.
Estaba harta, cansada, fastidiada. Siempre era lo mismo, peleaban por tonterías así cada cierto tiempo y todo porque ambas eran muy tercas como para decir lo que las molestaba a su debido tiempo. Ambas se negaban a admitir que estaban cansadas del colegio, de sus amigos y de sus familias. Ambas negaban que tenían problemas y se ocultaban tras una máscara de falsa alegría o si no, tras una de falsa tranquilidad.
La chica caminó un par de calles antes de dejarse caer en el portal de una casa. Estaba muy cansada. Se sentía decepcionada de sí misma, se había defraudado al ponerse esa máscara otra vez.
-¿Sara? –oyó una voz a su lado y se encontró con uno de sus compañeros de colegio.
-¿Qué fue, Gabo? –pregunto tratando de aparentar indiferencia, pero sin lograr su objetivo.
-Nah, aquí visitando a la familia... Pero, ¿estás bien? –el muchacho se sentó junto a ella.
-Claro, ¿por qué lo preguntas? –le sonrió, como si se sintiera la persona más dichosa del planeta. Esa máscara otra vez, esa mentira ocultando su rostro, su corazón.
El joven iba a decir algo pero cerró la boca y sonrió,
-No, por nada... Solo me pareció que estabas algo triste.
La chica rió, mientras se apartaba el cabello del rostro al tiempo que miraba el cielo cubierto por nubes blancas, similares a ovejitas de algodón, de esas que hacían los niños del jardín de infantes.
-Estoy perfectamente, gracias por preguntar –mintió; sabía que era una tontería pero no podía evitar sentirse culpable y estúpida.
-Y... ¿qué haces por aquí? –preguntó él intentando conversar algo
-Estaba en las pipas con la Cris y ahora estoy aquí... –dejo escapar una risita- Mi primo vive cerca de aquí, pensaba que podría visitarlo.
-¿Cómo se llama tu primo?
-Andrés, vive a unas tres cuadras de aquí... Aunque no sé si esté en el entrenamiento de hockey, si no de todos modos puedo quedarme en su casa un rato con el José... –esbozó una sonrisa al recordar al pequeño.
-¿José?
-El bebé de la chica que trabaja ahí, no sé si me recuerde... Tal vez ya me haya olvidado, hace tiempo que no paso por esa casa... Bueno, Gabo, me voy... ¡Chao! –se levanto y empezó a caminar, oyendo un simple “Chao” de parte del chico. Realmente no estaba para una amena conversación con ninguna persona.
Siguió caminando, alejándose de ese lugar y pasando de largo la casa de sus primos. En realidad, no tenía el menor interés de buscarlo.
Gabriel, ¿quién era? Un compañero de curso, un chico que pertenecía al grupo de los populares, un chico que parecía no tener problemas pero a Sara la vida le había enseñado que no hay ni una persona en el mundo que no tenga problemas, cada uno lidia con los suyos propios, que son completamente diferentes a los de cualquier otro. Los problemas que a una persona le pueden parecer ridículos para otra puede ser tan difíciles de sortear como si de escalar el Everest. Sabía que era una comparación un tanto exagerada pero le servía y con eso se conformaba.
Suspiró deteniéndose en una tienda. Abrió su billetera de cuero esperando encontrar unas monedas; no tenía planeado caminar la mitad de la ciudad para llegar a su casa. Encontró unas monedas de valor mediano y una envoltura de chicle, tiró la envoltura en la papelera de la tienda y pidió un chocolate. “El chocolate tiene una sustancia que hace que te sientas mejor...”, pensó mientras destrozaba el papel metálico y se metía a la boca la barrita.
“Sería bueno que coja un bus para ir a la casa”, suspiró y cruzó la calle esperando ver alguno que la llevara.
Pasaron cinco minutos y no llegaba ni un estúpido autobús... Empezó a golpear la acera con el zapato. Se sentía frustrada y quizás algo fastidiada. Pasaron cinco minutos más y apareció un bus, sonrió y extendió la mano para que este parara. Subió, mostró su carné de estudiante y pago los doce centavos que valía el pasaje, exactos, no le gustaba redondear las cifras cuando se trataba de dinero, o de notas si le perjudicaba.
Se paró al fondo y se puso a mirar por la ventana, le gustaba mirar el asfalto borroso debido a la velocidad del autobús.
Cómo le gustaría vivir en un mundo diferente, o al menos en otro lugar. No le gustaba su colegio, no le agradaban sus compañeros, no era su mundo...
Sus compañeros eran el mayor problema del colegio, claro, descontando a su tutor y a la profesora de matemáticas... Eran un montón de muchachitos que si bien tenían las mejores notas de los cuartos cursos no tenían ni pizca de cerebro, las chicas peleaban por tonterías.
El otro día una niña se había enojado con ella porque no quiso cambiarle de puesto a la hora de Lenguaje para que pudiera charlar con su mejor amiga. No era por mala ni nada, solo que estaba cómoda ahí y realmente no veía ninguna razón de peso para cambiar de pupitre, además, el profesor le caía bien.
Los chicos... Bueno, eran pocos pero la mitad eran tipo peter pan, de esos a los que les gusta molestar y pasar el día haciendo bromas pesadas a todos pero eran agradables si los pillabas en un buen momento; la otra mitad eran los populares, no le agradaban nada pues siempre estaban cubiertos por una máscara de eterna alegría, como diciendo “No tengo problemas, soy feliz”, aunque no fuera así... Todos ellos decían ser amigos pero los había escuchado hablar pestes uno de otros, lo mismo que las chicas...
-Y luego dicen que las mujeres somos chismosas... –bufó y el transporte se detuvo frente a un semáforo.
Era muy extraño... Una vez Cristina había dicho que le gustaría ir a un colegio de artistas, pues todos eran mucho más amables y sinceros... No sabía qué tan ciertas eran esas palabras pero le hubiera gustado estar en uno de esos colegios, hablar con chicos que entendieran cómo era, al menos un poco... Se sentía extraña en su colegio, todos eran tan alegres, tan lindos, tan mentirosos y superficiales que no lo aguantaba... No había nadie como ella, ni sus amigas... Suspiró y se preparó para bajarse en la próxima parada.
Ella... Ella seguía siendo una niña, una niña artista... Le fascinaba pintar y dibujar, leer... No tenía nada que ver con sus compañeros, a ellos les importaban mucho más las reuniones sociales y las fiestas, pasar un buen rato... Básicamente, buscaban lo mismo pero por diferentes caminos.
¿Eran ellos felices con su forma de vivir? No lo sabía, pero tenía la impresión de que no... No creía que llenara una vida en la que todo depende de tu aspecto personal, de tu reputación, de tu relación con alguna persona o de tus gustos en música. Esa música...
Bajó del autobús pensando en ello. No le gustaba el reguetón o como se llamara, odiaba sus letras con doble sentido y sin alma... Ella vivía de sus ideales, de sus utopías... ¿Eran realmente utopías? Tal vez, pero eran suyas. No le pertenecían a nadie más, no eran mercancía que pudiera venderse en una tienda... Eran sus sueños y le dolía mucho que sus propias amigas pensaran que fuesen estúpidos o irreales...
¿Acaso era ella feliz con sus sueños, con sus utopías, con su realidad? No, no era la más feliz pero se sentía más tranquila al pensar que esos sueños, “utopías”, como les decían sus amigas, podían ser verdad y que realmente no eran tan difíciles como parecían.
Le gustaba pensar que podía hacer lo que quisiera, bueno, tanto así como hacer lo que quisiera no pero que al menos era mucho más libre que muchas personas que vivían atadas al ¿quédirán? Le gustaba comer lo que quisiera, cuando quisiera y como quisiera a cualquier hora del día sin estar atada a una tonta dieta; leer un buen libro y hablar de él, aunque a veces fuera para ella sola... No conocía mucha gente a la que le gustara leer, por eso muchos de sus compañeros la miraban como a un bicho extraño, porque prefería quedarse leyendo un libro a ir a una fiesta.
Llegó a su casa, abrió la puerta con la llave que tenía en su mochila. La había tomado esa mañana de la casita de las llaves, dudaba que su madre lo hubiera notado... Entró, había avisado que iría a pasear con Cristina y las chicas. Pero que Cris había tenido que regresar temprano y le dio un aventón.
Se sentía horrible tener que mentir en esos detalles insignificantes, pero no tenía de otra. Sus padres eran muy estrictos y temían que le pasara algo si iba sola por la calle, no les gustaba que saliera muy a menudo ni que regresara tarde... Incluso con los libros que leía había una lucha, por ejemplo cuando quiso leer a Dan Brown hubo un lío con sus padres... No querían que leyera “El Código Da Vinci” porque podía hacer tambalear sus creencias pero... ¿Qué son las creencias? Afirmar que algo era de cierta forma, pero realmente, si estaba segura de eso ¿cómo era que una simple novela haría tambalear lo que ella pensaba? ¡Era solo un libro! Había leído montones. Había opinado sobre muchos de ellos y si bien algunos le habían dado nuevas formas de ver las cosas nunca le hicieron dejar de creer en lo que ella creía. ¿Acaso sabían lo que ella creía? No, realmente no sabían lo que ella pensaba.
Se acostó en su cama y cerró los ojos, estaba cansada, decepcionada del mundo una vez más... Pero sabía que cuando despertara al día siguiente sus sueños se habrían fortalecido y tendría ánimos para seguir luchando, guerreando por sus creencias... Volver a cerrar los ojos y ver más allá... Y se quedó dormida.
Resumen: Un pequeño vistazo a la embrollada mente de una adolescente no muy común y menos aún corriente... Lean y juzguen por ustedes mismos.
Nota: Este es mi primer escrito original, lo hice para un concurso y en cierto modo gane... Espero que les guste tanto como a mi y que me dejen una critica sobre que les parecio. ¡Hasta pronto!
MÁSCARAS
-¡Okey! Si no te gusta está bien, pero no tenías por qué decirlo así, –dijo una chica de unos quince o dieciséis años ácidamente, miró a su amiga y en menos de un segundo recogió su mochila del suelo, donde la había tirado horas antes sin preocuparse siquiera por el buen estado de su contenido, se la echó al hombro y salió caminando del local con gesto decidido y un claro malhumor en el rostro.
Estaba harta, cansada, fastidiada. Siempre era lo mismo, peleaban por tonterías así cada cierto tiempo y todo porque ambas eran muy tercas como para decir lo que las molestaba a su debido tiempo. Ambas se negaban a admitir que estaban cansadas del colegio, de sus amigos y de sus familias. Ambas negaban que tenían problemas y se ocultaban tras una máscara de falsa alegría o si no, tras una de falsa tranquilidad.
La chica caminó un par de calles antes de dejarse caer en el portal de una casa. Estaba muy cansada. Se sentía decepcionada de sí misma, se había defraudado al ponerse esa máscara otra vez.
-¿Sara? –oyó una voz a su lado y se encontró con uno de sus compañeros de colegio.
-¿Qué fue, Gabo? –pregunto tratando de aparentar indiferencia, pero sin lograr su objetivo.
-Nah, aquí visitando a la familia... Pero, ¿estás bien? –el muchacho se sentó junto a ella.
-Claro, ¿por qué lo preguntas? –le sonrió, como si se sintiera la persona más dichosa del planeta. Esa máscara otra vez, esa mentira ocultando su rostro, su corazón.
El joven iba a decir algo pero cerró la boca y sonrió,
-No, por nada... Solo me pareció que estabas algo triste.
La chica rió, mientras se apartaba el cabello del rostro al tiempo que miraba el cielo cubierto por nubes blancas, similares a ovejitas de algodón, de esas que hacían los niños del jardín de infantes.
-Estoy perfectamente, gracias por preguntar –mintió; sabía que era una tontería pero no podía evitar sentirse culpable y estúpida.
-Y... ¿qué haces por aquí? –preguntó él intentando conversar algo
-Estaba en las pipas con la Cris y ahora estoy aquí... –dejo escapar una risita- Mi primo vive cerca de aquí, pensaba que podría visitarlo.
-¿Cómo se llama tu primo?
-Andrés, vive a unas tres cuadras de aquí... Aunque no sé si esté en el entrenamiento de hockey, si no de todos modos puedo quedarme en su casa un rato con el José... –esbozó una sonrisa al recordar al pequeño.
-¿José?
-El bebé de la chica que trabaja ahí, no sé si me recuerde... Tal vez ya me haya olvidado, hace tiempo que no paso por esa casa... Bueno, Gabo, me voy... ¡Chao! –se levanto y empezó a caminar, oyendo un simple “Chao” de parte del chico. Realmente no estaba para una amena conversación con ninguna persona.
Siguió caminando, alejándose de ese lugar y pasando de largo la casa de sus primos. En realidad, no tenía el menor interés de buscarlo.
Gabriel, ¿quién era? Un compañero de curso, un chico que pertenecía al grupo de los populares, un chico que parecía no tener problemas pero a Sara la vida le había enseñado que no hay ni una persona en el mundo que no tenga problemas, cada uno lidia con los suyos propios, que son completamente diferentes a los de cualquier otro. Los problemas que a una persona le pueden parecer ridículos para otra puede ser tan difíciles de sortear como si de escalar el Everest. Sabía que era una comparación un tanto exagerada pero le servía y con eso se conformaba.
Suspiró deteniéndose en una tienda. Abrió su billetera de cuero esperando encontrar unas monedas; no tenía planeado caminar la mitad de la ciudad para llegar a su casa. Encontró unas monedas de valor mediano y una envoltura de chicle, tiró la envoltura en la papelera de la tienda y pidió un chocolate. “El chocolate tiene una sustancia que hace que te sientas mejor...”, pensó mientras destrozaba el papel metálico y se metía a la boca la barrita.
“Sería bueno que coja un bus para ir a la casa”, suspiró y cruzó la calle esperando ver alguno que la llevara.
Pasaron cinco minutos y no llegaba ni un estúpido autobús... Empezó a golpear la acera con el zapato. Se sentía frustrada y quizás algo fastidiada. Pasaron cinco minutos más y apareció un bus, sonrió y extendió la mano para que este parara. Subió, mostró su carné de estudiante y pago los doce centavos que valía el pasaje, exactos, no le gustaba redondear las cifras cuando se trataba de dinero, o de notas si le perjudicaba.
Se paró al fondo y se puso a mirar por la ventana, le gustaba mirar el asfalto borroso debido a la velocidad del autobús.
Cómo le gustaría vivir en un mundo diferente, o al menos en otro lugar. No le gustaba su colegio, no le agradaban sus compañeros, no era su mundo...
Sus compañeros eran el mayor problema del colegio, claro, descontando a su tutor y a la profesora de matemáticas... Eran un montón de muchachitos que si bien tenían las mejores notas de los cuartos cursos no tenían ni pizca de cerebro, las chicas peleaban por tonterías.
El otro día una niña se había enojado con ella porque no quiso cambiarle de puesto a la hora de Lenguaje para que pudiera charlar con su mejor amiga. No era por mala ni nada, solo que estaba cómoda ahí y realmente no veía ninguna razón de peso para cambiar de pupitre, además, el profesor le caía bien.
Los chicos... Bueno, eran pocos pero la mitad eran tipo peter pan, de esos a los que les gusta molestar y pasar el día haciendo bromas pesadas a todos pero eran agradables si los pillabas en un buen momento; la otra mitad eran los populares, no le agradaban nada pues siempre estaban cubiertos por una máscara de eterna alegría, como diciendo “No tengo problemas, soy feliz”, aunque no fuera así... Todos ellos decían ser amigos pero los había escuchado hablar pestes uno de otros, lo mismo que las chicas...
-Y luego dicen que las mujeres somos chismosas... –bufó y el transporte se detuvo frente a un semáforo.
Era muy extraño... Una vez Cristina había dicho que le gustaría ir a un colegio de artistas, pues todos eran mucho más amables y sinceros... No sabía qué tan ciertas eran esas palabras pero le hubiera gustado estar en uno de esos colegios, hablar con chicos que entendieran cómo era, al menos un poco... Se sentía extraña en su colegio, todos eran tan alegres, tan lindos, tan mentirosos y superficiales que no lo aguantaba... No había nadie como ella, ni sus amigas... Suspiró y se preparó para bajarse en la próxima parada.
Ella... Ella seguía siendo una niña, una niña artista... Le fascinaba pintar y dibujar, leer... No tenía nada que ver con sus compañeros, a ellos les importaban mucho más las reuniones sociales y las fiestas, pasar un buen rato... Básicamente, buscaban lo mismo pero por diferentes caminos.
¿Eran ellos felices con su forma de vivir? No lo sabía, pero tenía la impresión de que no... No creía que llenara una vida en la que todo depende de tu aspecto personal, de tu reputación, de tu relación con alguna persona o de tus gustos en música. Esa música...
Bajó del autobús pensando en ello. No le gustaba el reguetón o como se llamara, odiaba sus letras con doble sentido y sin alma... Ella vivía de sus ideales, de sus utopías... ¿Eran realmente utopías? Tal vez, pero eran suyas. No le pertenecían a nadie más, no eran mercancía que pudiera venderse en una tienda... Eran sus sueños y le dolía mucho que sus propias amigas pensaran que fuesen estúpidos o irreales...
¿Acaso era ella feliz con sus sueños, con sus utopías, con su realidad? No, no era la más feliz pero se sentía más tranquila al pensar que esos sueños, “utopías”, como les decían sus amigas, podían ser verdad y que realmente no eran tan difíciles como parecían.
Le gustaba pensar que podía hacer lo que quisiera, bueno, tanto así como hacer lo que quisiera no pero que al menos era mucho más libre que muchas personas que vivían atadas al ¿quédirán? Le gustaba comer lo que quisiera, cuando quisiera y como quisiera a cualquier hora del día sin estar atada a una tonta dieta; leer un buen libro y hablar de él, aunque a veces fuera para ella sola... No conocía mucha gente a la que le gustara leer, por eso muchos de sus compañeros la miraban como a un bicho extraño, porque prefería quedarse leyendo un libro a ir a una fiesta.
Llegó a su casa, abrió la puerta con la llave que tenía en su mochila. La había tomado esa mañana de la casita de las llaves, dudaba que su madre lo hubiera notado... Entró, había avisado que iría a pasear con Cristina y las chicas. Pero que Cris había tenido que regresar temprano y le dio un aventón.
Se sentía horrible tener que mentir en esos detalles insignificantes, pero no tenía de otra. Sus padres eran muy estrictos y temían que le pasara algo si iba sola por la calle, no les gustaba que saliera muy a menudo ni que regresara tarde... Incluso con los libros que leía había una lucha, por ejemplo cuando quiso leer a Dan Brown hubo un lío con sus padres... No querían que leyera “El Código Da Vinci” porque podía hacer tambalear sus creencias pero... ¿Qué son las creencias? Afirmar que algo era de cierta forma, pero realmente, si estaba segura de eso ¿cómo era que una simple novela haría tambalear lo que ella pensaba? ¡Era solo un libro! Había leído montones. Había opinado sobre muchos de ellos y si bien algunos le habían dado nuevas formas de ver las cosas nunca le hicieron dejar de creer en lo que ella creía. ¿Acaso sabían lo que ella creía? No, realmente no sabían lo que ella pensaba.
Se acostó en su cama y cerró los ojos, estaba cansada, decepcionada del mundo una vez más... Pero sabía que cuando despertara al día siguiente sus sueños se habrían fortalecido y tendría ánimos para seguir luchando, guerreando por sus creencias... Volver a cerrar los ojos y ver más allá... Y se quedó dormida.